El secuestro y las muertes provocadas por armas de blancas, vienen generando zozobra en la población venezolana durante los últimos cinco meses. Los secuestros se han incrementado en más de un 40 por ciento desde el pasado mes de septiembre, mientras que, sólo en la Gran Caracas, los Valles del Tuy y la región de Barlovento, han asesinado a puñaladas a 34 personas desde el primero de noviembre del año pasado.
Algunos criminólogos, funcionarios policiales y otros estudiosos del tema lo atribuyen a razones muy concretas. Aseguran que los secuestros han subido en la misma medida que se han incrementado las bandas delictivas y los secuestradores han hecho valer sus amenazas de tomar represalias contra las personas que denuncien el secuestro de un familiar cercano. Adicionalmente, aseguran también que en muchos de esos delitos(secuestros) hay la participación directa y efectiva de funcionarios policiales activos, retirados o jubilados.
En consecuencia, cada día son más frecuentes los secuestros que quedan impunes y los secuestrados mueren en cautiverio, a pesar de que, antes, ha habido pago de rescate o los secuestradores han obtenido algún beneficio. Al momento de escribir esta nota, en ciertos sectores de Caracas, como La Florida, El Paraíso y el este, son varias las personas que han sido sacadas violentamente de sus casas por grupos policiales o parapoliciales y los mantienen en cautiverio porque no han podido pagar la cantidad de dólares que le solicitan para liberarlos.
A pesar de lo dicho y del temor lógico que invade a los familiares de los secuestrados, hay que denunciar. La denuncia permite combatir ese delito. Y lo combaten personas especializadas, fundamentalmente del CICPC, con lo cual se abre la posibilidad de castigar a los culpables. Por esas circunstancias, se trata casi de un delito silencioso, que se sigue produciendo a diario y sigue alterando la tranquilidad de la familia. De hecho, se trata de un delito que afecta, no sólo al secuestrado, sino a su núcleo familiar.
En cuanto a las muertes producidas por armas blancas, bien sea cuchillos, navajas, machetes, punzones y otras, las cifras de los últimos tres meses, son aterradoras: 34 personas han sido asesinadas con esa modalidad criminal desde el primero de noviembre del año pasado sólo en Caracas y el Edo. Miranda. Muchas de ellas con el agravante de que los criminales guardan vinculación de parentesco y relación de consanguinidad con sus víctimas. Todavía produce bochorno y repugnancia los homicidios de un joven quien asesinó a puñaladas a su abuelo, a su abuela y a su tío. Peor aún, actuó con declarada alevosía(ventaja) porque los sorprendió y asesinó mientras dormían. En Petare, todavía los vecinos están pidiendo todo el peso de la ley para el hombre de 26 años que con un cuchillo y sin ninguna razón acabó con la vida de su propia madre.
En este sentido, consultamos la opinión de algunos criminólogos, entre ellos, Luis Izquiel, quien señaló que, además del deterioro social acelerado, influye el aspecto económico que, muchas veces, no permite a los delincuentes tener acceso a armas de fuego y a balas, debido a los altos costos. En consecuencia, recurren a lo más accesible como lo es un arma insidiosa, es decir, aquella con la que se puede sorprender y atacar fácilmente. La Vega, el Valle, Petare y Antímano son las parroquias caraqueñas que más casos de este tipo han arrojado. El especialista Luis Izquiel asegura también que el costo de una bala es fundamentalmente en dólares y no siempre es fácil su ubicación y obtención.
El castigo, el combate y el esclarecimiento de los secuestros no va al mismo ritmo del número de casos que ocurren frecuentemente. En el caso de los homicidios perpetrados con armas blancas, el proceso es más expedito porque, generalmente, se conoce al agresor o asesino y solo depende de un esfuerzo y una investigación policial para su esclarecimiento.
En cualquier caso, estos delitos y sus características fundamentales han resurgido en momentos cuando la sociedad venezolana está atacada por un nuevo enemigo que no conoce edad, religión ni estatus social (Covid). El panorama lo agrava un viejo y cercano enemigo que ha acabado con la vida de más de dos millones de personas en los últimos años: la delincuencia.