En la entrada principal del colegio en donde yo estudié, está una virgen tallada en piedra con unas manchas oscuras en la cara y en el manto. Una placa de bronce, ubicada en la pared, contaba y explicaba el porqué de esas manchas.
Digo contaba y explicaba porque, la nueva generación de jesuitas WOKE, la retiró, supongo, para que los actuales estudiantes no conozcan la verdad sobre lo ocurrido, que choca con la narrativa que hoy promueve, jesuitas con el perfil ideológico y la talla moral de Francisco de Roux.
El relato, en primera persona, contaba que la virgen tuvo que ser restaurada porque “la chusma enardecida”, así decía, había tirado al piso la estatua y la trató de destruir cuando había ingresado de manera violenta para incendiar un colegio de niños, el 9 de abril de 1948.
La intención de los asaltantes, comandados por un joven gángster que se llamaba, Fidel Castro, era secuestrar a dos estudiantes, hijos del presidente colombiano Mariano Ospina Pérez que, para ese momento, ya habían sido evacuados del colegio por los sacerdotes jesuitas españoles llegados a Colombia, precisamente, huyendo de los comunistas asesinos del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), actual partido de gobierno en España.
Los jesuitas españoles, conscientes de lo que era capaz, el salvajismo comunista, llevaron a los niños a lugares seguros. Habían huido del Terror Rojo, que dejó quinientos mil (500.000) españoles muertos. Genocidio promovido por el sanguinario, Francisco Largo Caballero, líder supremo del PSOE, el genocida más abominable y desalmado de la historia española del Siglo XX.
Fidel Castro se montó en cólera porque esa era una parte muy importante del plan que le había sido encomendado. En el campo de fútbol del colegio, el mismo lugar en el que había nacido el glorioso equipo de Los Millonarios, se organizó la toma de la cercana Estación V de la Policía Nacional para robar las armas.
La presencia de Fidel Castro en el colegio y su actividad terrorista, están debidamente documentadas, como en su momento me lo contó el reverendo padre Donaldo Ortiz SJ, un jesuita colombiano de los de la vieja guardia.
Ya, Rafael del Pino, su calanchín, había asesinado a Jorge Eliecer Gaitán. El mismo Fidel Castro le confirmó a Yamid Amat en una entrevista televisada que él había estado parado en la Avenida Jiménez con Carrera Séptima, justo cuando oyó los disparos que terminaron con la vida de Gaitán. Una gran coincidencia, sin duda.
Juan Roa Sierra, tenía programada una cita con Gaitán que, si lo hubiera querido asesinar, supongo, podría haber esperado ese momento para hacerlo. Roa Sierra fue, simplemente, un pobre diablo que tuvo la desgracia de pasar en ese momento por el lugar del crimen y fue señalado y culpado por los involucrados en la vuelta, mientras que Fidel Castro y Rafael del Pino huían del lugar en un carro que los esperaba en la Avenida Jiménez. Ese crimen, solo era el detonante para fabricar la revolución, no para consumarla. Castro, entonces, era consciente que un magnicidio, no era suficiente.
El “comandante”, le contó a Katiuska Blanco, muchos años después, que se había dado cuenta que, en Colombia, la muerte de alguien, no era motivo de protestas como sí ocurría en Cuba, Panamá o Venezuela, durante la “preparación” para poder colarse en las reuniones de la Federación Mundial de Juventudes Democráticas y en las de la Unión internacional de Estudiantes, en el marco de la Novena Conferencia Internacional de Estados Americanos, celebrada en Bogotá
Existía la necesidad de algo que, de verdad, forzara la caída de Ospina y se pudiera consumar el golpe de Estado. Sin poder extorsionar al presidente Ospina Pérez con el secuestro de sus hijos, para forzar su renuncia, los que habían urdido el complot se quedaban sin posibilidades, reales, de tomarse el poder porque el timing para una revolución, no era preciso. Los “revolucionarios” convocados por Castro en los días anteriores, terminaron tomando licor fino robado de La Gran Vía y saqueando ferreterías, boutiques de ropa y tiendas de aparatos electrodomésticos.
El mismo Fidel Castro, muestra las reales intenciones de su viaje a Bogotá, cuando le contó a Katiuska Blanco. “Yo fui con Rafael del Pino Siero. Se brindó para acompañarme, y como tenía cierta preparación militar le dije: «Bueno, está bien, vamos». No íbamos a una guerra pero, por lo menos, era un individuo que yo consideraba que podía ser útil, era valiente, de lo contrario, yo hubiera ido solo. Resultó una especie de ayudante mío”. ¿Por qué era relevante la experiencia militar de Rafael del Pino? ¿Era importante que supiera disparar un arma para asistir a una reunión de estudiantes?
La delegación venezolana llegó por tierra a Bogotá, en un inmenso convoy. La prensa de la época caricaturizó la situación y habló de que esos camiones venían cargados con armas, mandadas por el presidente ultra comunista, Rómulo Gallegos, para crear una revolución e implantar el comunismo en Colombia.
Con esta delegación y con pasaporte venezolano, llegaron a Colombia, el joven estudiante de derecho, Fidel Castro y su acompañante, Rafael del Pino. Llama poderosamente la atención que, el gobierno de Gallegos, le hubiera otorgado pasaportes venezolanos a un par de pobres diablos que no tenían nada que ver con la delegación oficial venezolana, salvo que el presidente de Venezuela, supiera algo que no sabían los demás.
Los financiadores del hospedaje y gastos de las delegaciones de los jóvenes, fueron, el argentino, Juan Domingo Perón, y, el venezolano, Rómulo Gallegos. Argentina y Venezuela, a su vez, eran los únicos dos países que se oponían a la propuesta que llevaba Estados Unidos para repeler el comunismo en toda América.
Fidel Castro, aparte de ser un gánster, era un lagarto y se consiguió, casualmente, una reunión con Jorge Eliécer Gaitán. Recuerdo que él me entregó sus discursos, “entre ellos uno muy bello, la Oración por la Paz, pronunciado en febrero de aquel año (1948), al cierre de una marcha donde participaron cien mil (100.000) personas que desfilaron en silencio para protestar contra los crímenes”, le contó Castro a Blanco.
La marcha a la que se refería Fidel Castro, fue una réplica de la Marcha sobre Roma con la que su ídolo (el de Gaitán), Benito Mussolini, tomó el poder en Italia. Jorge Eliecer Gaitán era un Fascista, formado en la Italia de Mussolini.
Aunque no le debieron faltar ganas de bautizarla como la Marcha sobre Bogotá, la bautizó con el nombre de la Marcha del Silencio, para no hacerlo tan evidente, aunque hizo vestir a todos los participantes, en su marcha, de color negro y los puso a usar banderas negras, idénticas a las usadas por Mussolini en su marcha.
La marcha de Mussolini, tuvo un final feliz, porque fue ambientada, previamente, por sus terroristas de la Milizia Volontaria per la Sicurezza Nazionale, mejor conocidos cómo los Camisas Negras, por el color utilizado en el uniforme de ese grupo de matones que amedrentaban a los italianos que no eran comunistas. Y porque el rey Víctor Manuel III de Saboya no hizo nada para impedirla.
Muchos dirán que el asesino de Gaitán tuvo que ser de la “extrema derecha” porque son los únicos que matan a los fascistas, dicen los verdaderos fascistas, pero la historia está plagada de ejemplos en los que los comunistas se auto exterminan, para poder culpar a sus opositores políticos, ganar tiempo, obtener dividendos políticos y evadir culpas.
Stalin mató a Trotsky. Las FARC mató a un par de genocidas comunistas, José Fedor Rey Álvarez alias “Javier Delgado” y a Hernando Pizarro Leongómez (el tío de Majo), autores de la Masacre de Tacueyó. Gustavo Petro entregó a Iván y Samuel Moreno Rojas, un par de comunistas, nietos del dictador nacional socialista obrero, Gustavo Rojas Pinilla.
A Castro y a Del Pino, los sacaron del país, apresuradamente, tal vez, porque habían dado “mucho visage”, en un avión de un mexicano de apellido Toledano, el 11 de abril de 1948 que partió con rumbo a Panamá. Raro, tratándose de un par de jóvenes inocentes que, supuestamente, habían llegado a Bogotá para hablar de democracia y de derechos humanos.
Rafael del Pino, se fue a vivir a Miami, Estados Unidos, pero allá, cómo que empezó a hablar más de la cuenta. Casualmente, terminó preso en Cuba “por traidor” y fue condenado a 30 años de prisión. Murió en la cárcel en el año de 1977.
Desde 1949, todos los 9 de abril, los colombianos recuerdan la fecha en la que Colombia cayó en el periodo de oscurantismo, más aberrante y más largo de toda su historia, entre otras cosas, porque la conmemoración de ese día, se realiza con amnesia histórica.