Desde la ciudad de Trieste, el papa crítico a quienes se escandalizan por cualquier cosa, pero no lo hacen ante «el mal rampante de la vida humillada, los problemas del trabajo o el sufrimiento de los inmigrantes»
«Cuántos, lo sabemos, usan la fe para aprovecharse de la gente. Eso no es fe», dijo este domingo en su homilía, el papa Francisco, y animó a los fieles a «escandalizarse» ante las miserias del mundo.
Desde la ciudad italiana de Trieste, adonde voló este domingo para una visita de apenas seis horas, Francisco pidió a los fieles combatir la polarización política: “Como católicos, en este horizonte, no podemos conformarnos con una fe marginal, o privada”.
“Esto significa no tanto exigir ser escuchados, sino, sobre todo, tener la valentía de plantear propuestas de justicia y de paz en el debate público”.
“Tenemos algo que decir, pero no para defender privilegios. Debemos ser una voz que denuncia y propone en una sociedad a menudo sin voz y en la que demasiados no tienen voz”.
“Esto es el amor político”, subrayó Francisco, y agregó que “es una forma de caridad que permite a la política estar a la altura de sus responsabilidades y alejarse de las polarizaciones, que empobrecen y no ayudan a comprender y afrontar los desafíos”.
El pontífice defendió su idea de una fe «inquieta» que «acaricia la vida de las personas», «pone el dedo en las llagas de la sociedad», «disipa los cálculos del egoísmo humano, denuncia el mal, señala con el dedo la injusticia y perturba las tramas de quienes, a la sombra del poder, juegan con la piel de los débiles».
Francisco, que a menudo tuvo problemas para leer su homilía -por culpa del sol, según dijo- denunció que la sociedad contemporánea está «anestesiada por el consumismo», ese «ansia por poseer» que tachó de «plaga y cáncer», reseña la agencia Efe.
Al contrario, el papa llamó a los fieles no ignorar la realidad, especialmente «los rincones oscuros de la vida y de nuestras ciudades» porque, sostuvo, Dios está «en los rostros ahuecados por el sufrimiento y donde parece triunfar la degradación».
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Puso como ejemplo a un poeta de Trieste, Umberto Saba, en cuyos escritos describió la vida hace un siglo en el puerto de esta ciudad a orillas del mar Adriático, habitado por prostitutas, marineros, pendencieros y soldados.
«La infinitud de Dios se esconde en la miseria humana, el Señor se agita y se hace presencia amiga, precisamente en la carne herida de los últimos, los olvidados y los descartados», alegó.
Por eso, Francisco criticó a quienes se escandalizan por cualquier cosa, pero no lo hacen ante «el mal rampante de la vida humillada, los problemas del trabajo o el sufrimiento de los inmigrantes», justo en esta ciudad, puerta de la ruta migratoria de los Balcanes.
«¿Por qué permanecemos apáticos e indiferentes ante las injusticias del mundo? ¿Por qué no nos tomamos a pecho la situación de los presos? (…) ¿Por qué no contemplamos las miserias, el dolor y el descarte de tanta gente en las ciudades. Porque tenemos miedo de encontrar a Cristo», alegó.
Y terminó: «Desde esta ciudad de Trieste, que mira a Europa, encrucijada de pueblos y culturas, tierra de frontera, alimentemos el sueño de una nueva civilización fundada en la paz y la fraternidad (…) Indignémonos ante todas aquellas situaciones en las que la vida es brutalizada, herida y asesinada».