Entregado el premio Nobel de la Paz a Ana Corina Sosa, hija de María Corina Machado
"María Corina ha cohesionado los venezolanos en la recuperación de la democracia"
La mañana de este miércoles, el Comité Noruego entregó el Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado, el cual fue recibido por su hija, Ana Corina Sosa.
Jorgen Watne Frydnes, presidente del Comité del Nobel de la Paz, en su discurso, destacó este miércoles que la entrega del premio a Machado está completamente sustentado en los principios de la organización, para otorgar un galardón de esta naturaleza.
Dijo que, con su lucha, “María Corina ha cohesionado los venezolanos en la recuperación de la democracia”.
Watne hizo un recorrido por los hechos ocurridos en Venezuela en los últimos años, haciendo referencia a las violaciones a los derechos humanos, a la situación del venezolano común, pero, en especial, a lo que ocurre en las cárceles, donde hay más de 800 presos políticos y se cometen todo tipo de vejámenes, entre ellos tratos crueles y torturas.
“La paz basada en tortura, muerte y sufrimiento no es paz. Es sumisión”, expresó.
“El diálogo puede llevar a la paz, pero también puede ser una trampa. María Corina rechaza diálogos vacíos. Paz sin justicia no es paz”, dijo.
Asimismo, el directivo afirmó: “La tiranía de Maduro es violadora de derechos humanos, torturadora y tiene miles de presos políticos”.
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“ La tiranía de Maduro está aliada de Rusia, Irán, Hezbollah y los criminales del mundo”, aseveró.
“Este es un reconocimiento a la causa de los venezolanos y a la lucha de María Corina Machado”, sostuvo.
Salga del poder
"Señor Maduro, acepte los resultados electorales y deje el poder", exigió.
Este es el resto del discurso
María Corina Machado ha participado en procesos de diálogo por años. Nunca ha rechazado el principio de hablar con la otra parte, pero sí ha rechazado los procesos vacíos. La paz sin justicia no es paz.
El diálogo sin verdad no es reconciliación. El futuro de Venezuela puede tomar muchas formas. Pero el presente es uno solo, y es horroroso. Por eso la oposición democrática en Venezuela debe contar con nuestro apoyo, no con nuestra indiferencia o, peor aún, con nuestra condena.
Cada día, sus dirigentes deben elegir un camino que realmente esté a su alcance, no el camino de las ilusiones. Apoyar el desarrollo democrático es apoyar la paz. Pero desde el anuncio del Premio Nobel de la Paz de este año, se ha planteado la cuestión: ¿La democracia realmente conduce a la paz?
Los resultados de la investigación son contundentes, y la respuesta es afirmativa. No porque la democracia sea perfecta, sino porque sus propios mecanismos hacen que la guerra sea menos probable.
Las democracias cuentan con válvulas de seguridad: medios de comunicación libres, estructuras de reparto del poder, tribunales independientes, organizaciones de la sociedad civil y elecciones que permiten cambiar de liderazgo sin recurrir a la violencia. En este entorno político, las opiniones divergentes no son una amenaza que deba ser sofocada, sino una ventaja.
En una democracia, un líder que ignora los hechos puede ser sustituido en las próximas elecciones. En un régimen autoritario, el líder se mantiene en el poder y reemplaza a todos aquellos que dicen verdades incómodas. La lealtad pasa a ocupar el lugar de la realidad y se toman decisiones peligrosas en la oscuridad.
La guerra siempre tiene un alto costo, pero en los regímenes autoritarios no son los líderes quienes pagan el precio más alto. Por eso las democracias casi nunca van a la guerra entre sí, a diferencia de lo que ocurre con más frecuencia con los Estados autoritarios. El mandato de Nicolás Maduro en Venezuela demuestra por qué. Los conflictos se resuelven por la fuerza bruta y no mediante la negociación.
El resultado es una sociedad en la que millones de personas se ven obligadas a guardar silencio, con consecuencias que no se detienen en la frontera.
La inestabilidad, la violencia y la destrucción sistemática de las instituciones del país han afectado a toda la región, y un país vecino ha sido amenazado con una invasión militar. Venezuela demuestra - con dolorosa claridad - que el autoritarismo no solo destruye la sociedad desde dentro, sino que también propaga la inestabilidad más allá de sus fronteras.
La democracia no es, obviamente, una garantía de paz, pero es el sistema más eficaz del que disponemos para prevenir la violencia y el conflicto. Este razonamiento suele suscitar un contraargumento bien conocido: que la democracia en sí genera disturbios y conflictos, que reclamar la libertad es peligroso.
Se trata de una afirmación antigua. Los líderes autoritarios la han utilizado durante generaciones para justificar su permanencia en el poder. Hoy, además, refuerzan ese argumento con desinformación y propaganda, dos de sus armas esenciales.
Señoras y señores: Como ciudadanos en una democracia tenemos el deber de ser críticos con nuestras fuentes de información. Deben saltar las alarmas cuando las opiniones que expresamos sean idénticas a las difundidas por uno de los sistemas de desinformación más manipuladores del mundo. Porque, en ese caso, no solo estamos difundiendo información, sino la propaganda estratégica de un dictador.
¿Qué hemos de pensar cuando leemos que es la oposición venezolana la que amenaza al país con la guerra, que el movimiento democrático es quien desea una invasión? ¿Cuando se invierte por completo el relato y las víctimas son tildadas de agresores? Esta es la versión de la realidad que el régimen de Maduro ofrece al mundo: que su régimen es el garante de la paz. Pero una paz basada en el miedo, el silencio y la tortura no es paz; es sumisión presentada como estabilidad.
No, el origen de la violencia no son los activistas democráticos. Proviene de quienes están en la cúspide del poder y se niegan a cederlo.
No fue Nelson Mandela quien hizo violenta a Sudáfrica, sino la represión del régimen del apartheid contra las demandas de igualdad. No fueron los grupos de oposición quienes iniciaron las encarcelaciones en Bielorrusia, las ejecuciones en Irán – o la persecución en Venezuela. La violencia emana de los regímenes autoritarios cuando arremeten contra las demandas populares de cambio.
La paz y la democracia no pueden separarse sin que ambas pierdan su significado. La paz duradera requiere un Estado de derecho, la participación política y el respeto por la dignidad humana.
Antes de poder debatir nuestras discrepancias políticas, debemos establecer algún tipo de democracia. Sin ella, no hay una distinción significativa entre derecha e izquierda, no existe una forma legítima de discrepar, ni una auténtica vida política. La democracia no es un lujo prescindible.
No es un adorno que se coloca en una estantería. La democracia es trabajo arduo. Es acción y negociación. Es una obligación viva. Los instrumentos de la democracia son los instrumentos de la paz.
Nos reunimos hoy, por lo tanto, para defender algo mucho más importante que cualquiera de los dos lados de una división política o ideológica.
Nos reunimos para defender a la propia democracia, el fundamento mismo sobre el que descansa una paz duradera. Cuando la gente se niega a renunciar a la democracia, también se niega a renunciar a la paz.
Quien entiende profundamente esta verdad es María Corina Machado. Como fundadora de Súmate, una organización dedicada a construir democracia, María Corina Machado dio un paso al frente para defender elecciones libres y justas hace ya más de dos décadas. Como ella misma lo expresó: “Fue una elección de votos sobre balas”.
A través de sus responsabilidades políticas y de su labor en diversas organizaciones, ha alzado la voz en favor de la independencia judicial, los derechos humanos y la representación popular. Ella ha dedicado años de trabajo a la libertad del pueblo venezolano. Las elecciones presidenciales de 2024 fueron un factor decisivo en la elección de la galardonada con el Premio de la Paz de este año.
María Corina Machado fue la candidata presidencial de la oposición y la voz unificadora de la esperanza en el país. Cuando el régimen bloqueó su candidatura, el movimiento podría haberse derrumbado, pero ella brindó su apoyo a Edmundo González Urrutia y la oposición se mantuvo unida.
La oposición logró encontrar un terreno común en la exigencia de elecciones libres y de un gobierno representativo. Este es el fundamento mismo de la democracia: nuestra disposición compartida a defender los principios del gobierno del pueblo, incluso cuando discrepamos en las políticas.
En un momento en que la democracia está bajo amenaza en todo el mundo, es más importante que nunca defender este terreno común. Cientos de miles de voluntarios se movilizaron por encima de las divisiones políticas. Fueron formados como observadores electorales y utilizaron la tecnología de nuevas maneras para documentar cada etapa del proceso electoral.
Hasta un millón de personas vigilaron los centros de votación en todo el país. Subieron las actas de escrutinio, fotografiaron las actas y aseguraron copias antes de que el régimen pudiera destruirlas.
Defendieron esa documentación con sus propias vidas y luego se aseguraron de que el mundo conociera los resultados de la elección.
Fue una movilización de base sin precedentes en Venezuela y, probablemente, en el mundo entero. Ciudadanos y ciudadanas de a pie, de todos los ámbitos de la vida, llevaron a cabo un trabajo sistemático y de alta tecnología de documentación en un clima de amenazas, vigilancia y violencia.
Los esfuerzos de este movimiento democrático, tanto antes como después de las elecciones, fueron innovadores y valientes, pacíficos y profundamente democráticos. La oposición obtuvo apoyo internacional cuando sus dirigentes hicieron públicos los resultados del escrutinio recogidos en los distintos distritos electorales del país, que demostraban que la oposición había ganado por un margen claro.
La oposición logró encontrar un terreno común en la exigencia de elecciones libres y de un gobierno representativo. Este es el fundamento mismo de la democracia: nuestra disposición compartida a defender los principios del gobierno del pueblo, incluso cuando discrepamos en las políticas.
En un momento en que la democracia está bajo amenaza en todo el mundo, es más importante que nunca defender este terreno común. Cientos de miles de voluntarios se movilizaron por encima de las divisiones políticas. Fueron formados como observadores electorales y utilizaron la tecnología de nuevas maneras para documentar cada etapa del proceso electoral.
Hasta un millón de personas vigilaron los centros de votación en todo el país. Subieron las actas de escrutinio, fotografiaron las actas y aseguraron copias antes de que el régimen pudiera destruirlas.
Defendieron esa documentación con sus propias vidas y luego se aseguraron de que el mundo conociera los resultados de la elección. Fue una movilización de base sin precedentes en Venezuela y, probablemente, en el mundo entero.
Ciudadanos y ciudadanas de a pie, de todos los ámbitos de la vida, llevaron a cabo un trabajo sistemático y de alta tecnología de documentación en un clima de amenazas, vigilancia y violencia.
Los esfuerzos de este movimiento democrático, tanto antes como después de las elecciones, fueron innovadores y valientes, pacíficos y profundamente democráticos.
La oposición obtuvo apoyo internacional cuando sus dirigentes hicieron públicos los resultados del escrutinio recogidos en los distintos distritos electorales del país, que demostraban que la oposición había ganado por un margen claro.
Ha exhortado a la población a defender sus derechos por medios pacíficos y democráticos. Las investigaciones sobre la paz lo demuestran claramente: la movilización no violenta a gran escala figura entre los métodos más eficaces para lograr un cambio político en una dictadura.
Cuando una población se moviliza, la comunidad internacional ejerce una fuerte presión y las fuerzas de seguridad se abstienen de utilizar la violencia contra la población, puede alcanzarse un punto de inflexión. Como líder del movimiento democrático en Venezuela, María Corina Machado es uno de los ejemplos más extraordinarios de valentía civil en la historia reciente de América Latina.
El Premio Nobel de la Paz de este año cumple con los tres criterios establecidos en el testamento de Alfred Nobel.
En primer lugar, la oposición venezolana ha logrado unir movimientos políticos, organizaciones de la sociedad civil y ciudadanos comunes con un objetivo común: el restablecimiento de la democracia.
Reunir a grupos diversos que anteriormente se oponían entre sí equivale, en la actualidad, a lo que Alfred Nobel denominó la celebración de congresos por la paz. En segundo lugar, el movimiento democrático de Venezuela se ha opuesto a la militarización de la sociedad impulsada por el régimen.
Dicho régimen ha armado a miles de grupos, ha autorizado a bandas paramilitares a cometer abusos y ha invitado a fuerzas militares extranjeras al país, acelerando así la militarización.
Al documentar los abusos y exigir rendición de cuentas, la oposición busca fortalecer la autoridad democrática civil y reducir la influencia de las armas. Esto priva a los criminales y a las milicias afines al régimen de su armamento y autonomía, cumpliendo así con el criterio de Nobel de promover la paz mediante el desarme.
En tercer lugar, la verdadera fraternidad o hermandad - la que Alfred Nobel imaginó - requiere de la democracia.
Solo cuando las personas pueden elegir a sus líderes y expresarse sin temor puede arraigar la paz, ya sea dentro de una sociedad o entre países. La democracia constituye la forma más elevada de fraternidad y el camino más seguro hacia una paz duradera.
Por lo tanto, hoy, aquí, en esta sala - con toda la solemnidad que acompaña al Premio Nobel de la Paz y a esta ceremonia anual - diremos aquello que más temen los líderes autoritarios: Su poder no es permanente. Su violencia no prevalecerá sobre un pueblo que se levanta y resiste.
Señor Maduro: Debe aceptar los resultados electorales y renunciar a su cargo. Debe sentar las bases para una transición pacífica hacia la democracia. Porque esa es la voluntad del pueblo venezolano. María Corina Machado y la oposición venezolana han encendido una llama que ninguna tortura, ninguna mentira y ningún miedo podrán apagar.
Cuando se escriba la historia de nuestra época, no serán los nombres de los gobernantes autoritarios los que destaquen, sino los nombres de quienes se atrevieron a resistir. Quienes se mantuvieron firmes frente al peligro. Quienes siguieron adelante cuando otros se rindieron.

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