MIGRANTES miran al SUR: se adaptan a México o retornan a sus países de origen
Miles de migrantes de Honduras, Venezuela, El Salvador o Cuba han emprendido ahora un viaje a la inversa
“Si el norte fuera el sur”, es el nombre de una famosa canción del cantautor nicaraguense, Ricardo Arjona, cuya letra puede que ene ste momento estén más vigente que nunca, dado que el "sueño americano" se acabó y los migrantes que por décadas llegaron a Estados Unidos, ahora vuelven sus miradas al sur.
Es lo que muestra un reportaje publicado por el diaerio El País, de España, el cual relata como las políticas migratorias de Donald Trump han cambiado por comepleto el mapa migratorio de la región.
No queda nadie
El campamento era tan vasto que se dividía por calles y colonias. Las Vegas, Tijuana, Dubái, La Habana.
Los migrantes organizaban mercados y también fiestas. A fuerza de convivir, a veces reñían, pero en el fondo se ayudaban, pues todos eran mensajeros del mismo sueño: llegar a Estados Unidos.
En cada tienda de campaña dormían siete, ocho personas, acomodadas como pudieran. Este campamento en la ciudad fronteriza de Reynosa (en Tamaulipas, al norte de México), bautizado como Río Camp por su cercanía al Río Bravo, que está a unos metros de distancia, llegó a albergar a unos mil migrantes provenientes de Centroamérica, Sudamérica y África. Hoy no queda nadie.
Los maderos de lo que alguna vez fueron techumbres, una cocina comunal, alguna choza, se apilan en el terreno abandonado: señales de la existencia de unos nómadas que dejaron su hogar temporal hace no mucho, como una fogata recién apagada. Sus huellas confirman su pasado, pero no dan pistas sobre su destino.
Parece claro que no lograron cruzar la frontera, sellada por Donald Trump en el mismo instante en que se convirtió en presidente de Estados Unidos, el 20 de enero.
El magnate republicano, que retornó al poder con una política de extrema mano dura contra la migración, prohibió el ingreso de solicitantes de asilo y marcó el inicio de la cacería de personas sin papeles.
Miles de migrantes de Honduras, Venezuela, El Salvador o Cuba han emprendido ahora un viaje a la inversa, de regreso a sus países de origen o a otras ciudades dentro de México, que ha dejado de ser un sitio de tránsito y ha pasado a convertirse en país de destino, como lo muestra el aumento de las solicitudes de residencia y de trabajo por parte de ciudadanos de otros países.
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Un fenómeno inédito
Los organismos internacionales y las oenegés ya acusan un fenómeno inédito de migración del norte al sur en el continente americano. Las detenciones de migrantes en México y en la frontera de EE UU se han desplomado a mínimos históricos.
Por el tapón del Darién ya se registran cruces a contracorriente de Panamá a Colombia, y los migrantes han comenzado a ver en Brasil o Chile un destino prometedor, según Naciones Unidas. Las políticas de Trump, en fin, han destrozado el mapa del flujo migratorio como se conocía hasta hoy.
El cambio en el paradigma obliga a las organizaciones humanitarias a reorganizar sus esfuerzos, y pone sobre la mesa la cuestión de cómo responderá el crimen organizado ante la pérdida del lucrativo negocio ilícito de la explotación de migrantes.
Los albergues ahora están casi vacíos. Río Camp era una extensión del campamento Senda de Vida, conformado por tres asentamientos en Reynosa. En Matamoros, a una hora de distancia, está el albergue Pumarejo.
En conjunto, llegaron a resguardar a 9.000 personas en los momentos de máxima ocupación, aún en la Administración de Joe Biden, según estimaciones de Médicos Sin Fronteras (MSF), que da atención a las poblaciones en tránsito en esos albergues. Actualmente, de acuerdo con la misma organización, quedan allí apenas unas 250 personas.
Sus historias retumban en el eco del vacío. Lo que antes les hacía falta, un poco de espacio, ahora los devora, en la rutina cansina de la espera prolongada. ¿Y qué esperan? Un milagro, un giro inesperado, que un día Trump permita el ingreso a Estados Unidos de quienes se quedaron al filo de la frontera con el cierre de la aplicación CBP One, mediante la que se tramitaban solicitudes de asilo.
“Vamos a ver qué sorpresa nos depara Dios”, confía Yoni Civira, un venezolano de 42 años que vive desde enero en el campamento Pumarejo. “A ver si el presidente Trump se toca el corazón”, añade.
Yoni lleva cinco años en tránsito tras haber abandonado Venezuela, con estancias temporales aquí y allá, acompañado de sus hijos y su esposa. En el camino se le desprendió la retina y perdió la vista en un ojo, y está quedándose ciego del otro. Ha sido demasiada la vida invertida como para plantearse regresar a su país, sumido en una honda crisis política y económica.
Se aferra a este sitio con la terquedad de quienes lo han puesto todo en juego. Su paisana Aimara Moreno, de 40 años, batalla para contar todo lo que ha sufrido para llegar hasta este punto, a tan poca distancia de un mejor futuro. “He bloqueado muchas cosas de las que ya no quiero acordarme. Fue muy duro”, dice, y se nota cómo, pese a todo, se hunde en el pasado.
Otros tienen grabado a fuego el recuerdo de las atrocidades. A Hilda Meza, una hondureña de 32 años, a su esposo y a sus cuatro hijos los secuestraron nada más cruzar el río Suchiate, que divide la frontera sur de México con Guatemala. Los metieron durante tres días en una casa de seguridad, en Chiapas, donde había otro centenar de migrantes. Los sicarios, armados, que bien podrían ser del Cartel Jalisco (CJNG) o el Cartel de Sinaloa, “estaban todo el tiempo tomando y drogándose”, recuerda.
Los liberaron luego de que sus familias pagaron desde Honduras 1.000 pesos (54 dólares) por cada integrante de su familia. Las amenazas de las pandillas le impiden volver a su país. Y, aun si pudiera, dice, sería incapaz de repasar el mismo camino. “No sabría si estoy comprando un pasaje de regreso seguro, o una enredadera”, sopesa.
Destino final: México
Las escenas de campamentos vacíos se replican en Tijuana, Ciudad Juárez, Pachuca, Ciudad de México y Tapachula. Los migrantes, prácticamente, no están yendo al norte. “El mensaje de Trump fue bastante claro. ¿Para qué tomarían tanto riesgo en esta ruta migratoria si llegarán a una frontera cerrada?”, razona Emmanuelle Brique, vicecoordinadora del Proyecto Frontera Norte de México de MSF.
Las cifras confirman la nueva realidad de la migración. En México, las detenciones de personas en tránsito han caído 80% entre 2024 y 2025 (periodo enero-mayo), al pasar de 590.690 intercepciones a 113.612, según datos de la Secretaría de Gobernación.
La reducción ha sido más notoria este año. Si en enero fueron detenidos 63.457 migrantes, en mayo fueron apenas 5.123 (una disminución del 92%).
Del lado estadounidense, los informes de la Patrulla Fronteriza, CBP, marcan la misma tendencia a la baja: mientras que en el periodo enero-mayo de 2024 fueron detenidos 905.920 migrantes en la línea divisoria con México, en 2025 se interceptó a 108.658, una caída del 88%; tan solo en mayo, las detenciones cayeron a 12.452. A su vez, los datos del Gobierno de Panamá sobre cruces por la selva del Darién marcan una reducción aún más radical —del 98%— en el mismo periodo de referencia: de 170.014 migrantes registrados en 2024 a 2.917 este año. En mayo hubo apenas 13 cruces.
Lo que reguistra la OIM
De hecho, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) de Naciones Unidas ha comenzado a documentar el éxodo a la inversa por el tapón del Darién: 7.696 personas (un tercio mujeres) han vuelto sobre sus pasos entre febrero y mayo, el doble de quienes cruzaron la selva hacia el norte en la primera mitad del año. Lo que es decir demasiado, pues el Darién es temido por las trampas que entraña su salvaje espesura, las naturales y las criminales.
Muchos de quienes no han querido emprender la travesía del retorno han decidido quedarse en México. Según un análisis comparativo de la OIM a partir de encuestas, mientras que siete de cada diez migrantes afirmaban en 2024 que Estados Unidos era su destino final, para este año esa cifra se ha reducido a cinco de cada diez; al mismo tiempo, la cantidad de quienes ven a México como un destino final se duplicó en el mismo periodo, al pasar de 24% a 46%.
La ONU ha registrado un aumento en los trámites migratorios hechos por las personas en tránsito para poder quedarse y trabajar formalmente en México. La Oficina de las Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR, reporta que este país recibe 250 solicitudes de asilo y refugio cada día, casi tantas como en 2024.
“Se habla mucho de la disminución del flujo de personas extranjeras que llegan a México, lo que es cierto, pero también vemos que la parte de personas solicitantes de asilo no ha disminuido en manera proporcional”, dijo el representante de la agencia en México, Giovanni Lepri, hace unas semanas.
La OIM señala que tres de cada cuatro migrantes no tienen intenciones de regresar a su país de origen. Muchos de ellos ya preparan una estadía prolongada. Como botón de muestra, en los albergues de Tamaulipas no suele verse a los hombres por las mañanas, pues salen a buscar empleo en las ciudades de Reynosa o Matamoros.
Algunos han conseguido trabajos temporales en las construcciones o los mercados. En Senda de Vida y Pumarejo quedan solo las mujeres y los niños, que ya están inscritos en las escuelas cercanas y así aligeran la merma del aprendizaje por vivir migrando.
A 1.800 kilómetros de distancia, en Tapachula (Chiapas), el mayor punto de cruces irregulares a México por la frontera sur, una compañía platanera recién ha contratado a 60 migrantes, gracias a la mediación de Herbert Bermúdez, cabeza del albergue Jesús El Buen Pastor.
El único requisito ha sido que los nuevos trabajadores hayan tramitado su permiso temporal o permanente ante las autoridades migratorias mexicanas. “Esa gente que ya buscó un empleo fijo es que definitivamente se está quedando a vivir”, comenta Bermúdez.
La retribución por su trabajo es de 300 pesos por cada jornada de ocho horas, un sueldo por encima del salario mínimo pagado en México, además de que la compañía afilió a los migrantes a la seguridad social y les proporciona alimentos. Naturalmente, esos trabajadores pagan impuestos. Ese sueldo les permite enviar remesas a sus familias en sus países de origen. No tuvieron que llegar a Estados Unidos para lograrlo. “Es gente que solo quiere trabajar como Dios manda”, resume Bermúdez.
Volverse invisible
Que las poblaciones migren menos no significa que las causas estructurales que les obligaban a abandonar sus países hayan desaparecido. Mavi Cruz, directora del Centro de Derechos Humanos Fray Matías, ubicado en Tapachula, advierte de que la idea de que “ya no hay migrantes” esconde el peligro de que “se invisibilice” a quienes han quedado varados en distintas regiones durante su trayecto.
“Cuando las políticas de control de los flujos migratorios se vuelven más restrictivas, las personas pierden la capacidad de movilización, no pueden continuar con su proyecto migratorio, y se enfrentan a otro tipo de decisiones, como permanecer más tiempo en otros lugares”, explica.
Fernanda Acevedo, coordinadora del albergue Hospitalidad y Solidaridad, en la misma ciudad de Chiapas, advierte de que, frente a las restricciones de movilidad, los migrantes buscan “rutas más invisibles y más peligrosas”.
“Porque las personas se van a seguir moviendo. La necesidad de salvar la vida a veces implica ser invisible —aún más—, y esto puede orillar a que aumente más el tráfico de personas a manos del crimen organizado”, incide.
De qué manera la reducción del flujo migratorio cambiará el rol de los carteles es una incógnita que preocupa a las agencias internacionales. Las autoridades de México tienen bien documentada la lucrativa rama de la economía criminal basada en los cuerpos de los migrantes, a quienes los carteles extorsionan, secuestran o usan como mulas.
“A mayor control, mayor riesgo para los migrantes. Buscan rutas más ocultas, a menudo más peligrosas, más caras, por lo que cobran los coyotes”, refiere Jeremy MacGillivray, jefe adjunto de la OIM en México.
Si, antes del cierre de la frontera, los polleros, siempre vinculados a algún cartel, cobraban a los migrantes 5.000 dólares con la promesa de cruzarlos a Estados Unidos, ahora las tarifas oscilan entre 12.000 y 15.000 dólares por persona, según ha logrado saber MSF mediante entrevistas en los campamentos.
Un oficial de la ONU, que ha solicitado hablar de manera anónima por no estar autorizado, refiere la posibilidad de que ahora los carteles comiencen a descargar los negocios ilícitos que tenían con los migrantes sobre las poblaciones locales en México. “Uno de los principales impactos que generó el cambio de Administración en EE UU es que, como se redujo el tráfico de migrantes, aumentó el reclutamiento de mexicanos por parte del crimen organizado, las extorsiones y el tráfico de drogas. Y lo estamos viendo”, observa el funcionario internacional.
El mismo representante de la ONU comparte que las agencias humanitarias han tenido que replantear sus estrategias para atender a una población huidiza. “Nadie tiene claro cuál es el nuevo escenario, en qué Estado se está quedando más gente extranjera o cuáles son las rutas por donde están transitando desde la frontera con Estados Unidos hacia Guatemala. Es una nebulosa. Eso hace que la respuesta que teníamos ya no sea pertinente, porque ya no hay gente y no tenemos datos claros, no sabemos dónde movernos, dónde trasladar la ayuda”, señala.
Por esto mismo, los equipos de médicos y trabajadores sociales de MSF han decidido volverse itinerantes y hacer visitas puntuales a los sitios donde localizan pequeños grupos de migrantes.
También ha tenido que tomar decisiones más drásticas, como cerrar su centro de atención en Danlí, Honduras, que operó durante cuatro años, “debido a la disminución del flujo migratorio”, según informó hace unos días. Los albergues también comienzan a acusar la pérdida de donaciones que recibían de manera rutinaria para operar, en una ecuación donde, a falta de gente necesitada, pierden recursos. El campamento Jesús El Buen Pastor, por ejemplo, no ha podido completar el dinero para pagar la cuenta de la luz de junio.
Los especialistas y los encargados de los albergues están seguros de que esta circunstancia es temporal, que la migración volverá a encontrar su cauce hacia el norte, como el agua entre las piedras.
“Es muy difícil quitarle al migrante la mentalidad de cruzar a Estados Unidos”, dice Ángela Gómez, una de las encargadas de Senda de Vida.
El director del lugar, Héctor Silva, un pastor cristiano, define los movimientos migratorios como las oleadas: de momento hay una retirada, que no una renuncia. Los migrantes, dice, son como caracoles que se esconden y se quedan quietos, a la espera de una oportunidad. Luego viene el golpe de regreso del mar.
El pastor Héctor, como lo llaman, oficia misas para los creyentes en la capilla dentro del albergue, y así les reconforta el espíritu maltrecho. “Yo les tengo que dar esperanza, no les puedo decir que se regresen a sus países”, explica. “Les digo que confíen en Dios, que para Dios no hay fronteras”. El pastor les pide cerrar los ojos, que busquen en sus corazones. ¿La ven?, ¿ven aquella puerta? Que vayan a ella, que la crucen, pide. Y ellos le hacen caso. Sonríen.
Con informaciónde El país
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