Mientras Edmundo González Urrutia se desplaza por el mundo, narrando la épica protagonizada por millones de venezolanos el pasado 28 de julio y haciendo valer la verdad comprendida en cada una de las actas que dan cuenta de su categórico triunfo, y María Corina Machado resiste en la clandestinidad, dentro del territorio nacional; otros voceros, en representación de una microscópica minoría, le hacen el juego a esa corporación criminal que pretende desconocer la voluntad soberana de nuestro pueblo.
Sus fines inconfesables son distintos a los que apostamos a ese histórico triunfo, a los que defendemos la libertad plena y buscamos recuperar la extraviada democracia y reencontrarnos en los núcleos familiares, al día de hoy desgarrados por los efectos de esa catástrofe humanitaria que tiene su falla de origen en aquellos espejismos frustrados, que a su vez se suscitaron por las ofuscaciones que irradiaba el populismo de Hugo Chávez Frias.
Los intereses de pocos no pueden suponerse al interés de muchos, o más vale decir, de todo un pueblo que lo da todo, incluso su vida, por levantar de la desgracia a su patria entrañablemente amada.
Las motivaciones de esos jóvenes que salieron a reclamar su derecho a vivir en libertad, o de esos miles de testigos de mesas de votación, y que ahora están confundidos con presos comunes, en cárceles de alta peligrosidad en Venezuela, son diametralmente opuestas, a los móviles de los que andan en misiones especiales, que se limitan a librar “batallas lobistas” para hacer efectivos sus bonos, sus marginales negocios petroleros o de cualquier índole, o simplemente preservar esa limitadísima zona de confort en la que son prisioneros de un régimen que, por ahora, les ha pospuesto la correspondiente ejecución, pero que en cualquier parpadeo los convierte también en víctimas de sus despotismos.
Se trata de la puesta en escena de los mismos mecanismos de distracción, de un Nicolás Maduro, hoy más que nunca temeroso por el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca y, en consecuencia, angustiado por la posibilidad cierta de que se reactiven acciones que procuren garantizar “la seguridad de los ciudadanos estadounidenses”, tal como lo ha prometido a lo largo de su victoriosa campaña electoral, el reelecto presidente del “imperio gringo”, como le place llamarlo al cleptócrata que encabeza la narcotiranía cívico-militar en Venezuela. Pues bien entiéndase que las razones que llevarían a Donald Trump a actualizar su original medida de instrumentar un cerco antinarcótico en las adyacencias de Venezuela, tienen su epicentro en esa promesa que despertó la confianza de los electores de su país que terminaron votándolo masivamente: “garantizar la seguridad de los estadounidenses”.
Veamos algunos escenarios totalmente valorados y comprobados:
El tráfico de drogas se ha incrementado a partir de que Donald Trump entregó la presidencia de EE. UU. a su sucesor Joe Biden. Instituciones como La Junta Internacional de Estupefacientes (JIFE) dan cuenta de la propagación de los cultivos de la hoja de coca en Colombia, así como de la escandalosa producción y tráfico de estupefacientes desde territorio venezolano hacia los predios de los estados Unidos de Norteamérica.
Es lógico concluir que mientras continúe ese apogeo delictivo, sería una ingenuidad imaginar, siquiera, que con Maduro en el poder se desplomaría ese diabólico negociado. Si de algo no veremos pecar a Donald Trump es de candidez, él sabe que Maduro está enmarañado con el crimen organizado para sostener un armazón económico, en el que gravitan todas las modalidades de la corrupción que evaporó las melifluas proclamas ideológicas de esa impostura revolucionaria.
Por otra parte, los estadounidenses han padecido los sufrimientos de los letales ataques terroristas. Han sido muchos los daños materiales, humanos y espirituales ocasionados. Pues bien, esos planes siguen vigentes por parte de los conclaves que auspician esos endemoniados disparates.
Resulta que Maduro es un aliado fanatizado de los que propugnan el terrorismo como forma de llevar adelante esos perversos planes. Una demostración fehaciente que, seguramente tiene en sus manos el presidente Trump, es la información certificada por la Secretaria de Inteligencia del Estado Argentino (La SIDE), dada a conocer por la ministra del gobierno del presidente Javier Milei, Patricia Bullrich, al confirmar que, “Hussein Ahmad Karak, cabecilla de Hezbollah en Latinoamérica, señalado como la principal figura del grupo extremista en la región, fue documentado ilegalmente en las oficinas de identificación controladas por la dictadura de Maduro”.
Me pregunto: ¿pueden estar seguros los estadounidenses, sintiendo la respiración en sus nucas de esas bandas terroristas y delincuenciales refugiadas en Venezuela y protegidas por Maduro?
Otro tema que tratan de colocar con sus acomodaticios relatos, es el que indica que “Maduro acordara con Donald Trump, su disposición a facilitar el suministro de petróleo a EE. UU. y aceptar vuelos de deportación de venezolanos, suspendidos tras el final de las negociaciones con Biden y los suyos”.
Lo primero a traer a colación, es que Maduro se vaciló a la administración Biden, arrancándole a la justicia de ese país, a sus dos narcosobrinos y a su testaferro de oro, y después se burló de los acuerdos suscritos en el diálogo de Barbados. Con relación al tema petrolero, la verdad es que mientras no haya garantías de seguridad jurídica, como las que ha abonado Javier Milei a los inversionistas atraídos por el peculiar proyecto petrolero de Vaca Muerta en Argentina, las empresas de ese ramo seguirán limitadas en Venezuela, a inversiones marginales con el consabido rédito igualmente marginal. ¿Quién está en capacidad de reedificar las bases de un Estado de derecho pleno? Edmundo González Urrutia.
Mientras tanto, Estados Unidos, gracias a sus incursiones con la fórmula fracking, lidera el ranking como primer productor de crudo, por encima de Rusia, Arabia Saudita, Canadá, Irak y China. ¿Se arrodillara Donald Trump ante el dictador Maduro, por unas chispas de petróleo que le llegaran a través de la empresa Chevron? De verdad que no lo creo.
Con relación a las deportaciones masivas para enfrentar los traumas derivados del alto flujo migratorio, la conclusión incuestionable es que se trata de un fenómeno que persistirá mientras Maduro siga enquistado en el poder que usurpa; con Maduro hundiendo al país y a su gente en la miseria, no se detendrá esa hemorragia de seres humanos.
Los podrán deportar y de seguro reincidirán en la manera de volver a salir por trochas o por selvas intrincadas. ¿La solución? Que Edmundo González Urrutia asuma el poder, decrete un “Vuelvan Caras” y, sin necesidad de deportaciones, millones de venezolanos retornaran progresivamente a la patria, de manera voluntaria y entusiasta. Otra cosa son los desadaptados, una pírrica y vergonzosa representación que desvirtúa nuestro genuino gentilicio.
A esos habrá que someterlos al imperio de la ley, que solo brillara bajo una administración garantista en donde prevalezca la justicia con equidad, con acceso a un debido proceso y sostenible gobernabilidad.
@AlcaldeLedezma