A los vecinos de Petare les cuesta hablar. El miedo y el silencio se apoderan de ellos. Desde hace cinco años no reciben agua por las tuberías y es un calvario para todos llenar unos recipientes cuando llega la cisterna
“Yo trato de reunir medio tobito de agua para bañarme todos los días y cuando no puedo no me baño, no puedo hacer más nada”, una frase que con resignación soltó Nubia Ramos a mitad de la calle principal del Barrio Bolívar de Petare.
Nubia vive sola con su nieto y no tiene tanque donde almacenar el agua.
Entre sus vecinos le colaboran con algunos recipientes que debe “rendir” por 8 días y esperar que la cisterna sea puntual para repetir la rutina.
En ese calvario cumple unos 5 años.
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Ver salir el agua por tuberías en este sector ya no es una opción. Pareciera que el tiempo se detuvo y la esperanza de fue con él, así que toca resolver.
El costo según nos cuenta Yoelis Pacheco es de 1 dólar por envase y a pesar de ser un servicio vital y aún más en tiempos de pandemia, la alcaldía raciona el suministro a dos recipientes por persona que alcanzará según el número de personas que vivan en una casa.
“Tener niños es difícil y cuando son pequeños gastas mucha agua. Es un calvario y muy complicada esta situación”.
Yoelis es madre, una de sus hijas es sobreviviente de cáncer con tal solo 8 años y dice que en su hogar no falla solo el agua, el gas también es un drama.
A pesar de su realidad sonríe al contar que se baña dentro de una ponchera, para luego con esa agua bajar las pocetas.
Normalización de la crisis
Llegamos a Petare y muchos nos miraban con recelo.
Desde las ventanas sentíamos miradas ansiosas y preocupadas sobre la presencia de periodistas en el lugar.
Varios vecinos nos decían querer hablar, pero con honestidad admitían tener miedo.
La mayoría de los habitantes de la zona en Petare son dependientes de la caja del Clap y del agua “gratis” que envía la alcaldía de Sucre o Corpomiranda.
Notamos el hastío de hombres y mujeres sin otra opción que adaptar su día a día a sobrevivir en una Venezuela golpeada a todo nivel.
Pero la necesidad se viste a veces de sumisión.
A los hogares donde entramos todo luce lúgubre, sucio y oscuro.
El agua apenas alcanza para el aseo más puntual y para los alimentos. Lavar la ropa es una tarea titánica porque además no hay dinero para el jabón.
Las lavadoras quedaron de adorno o como cesta de la ropa sucia que se acumula por la escasez de agua.
“Es muy difícil, si tienes niños pequeños o ancianos que gastan tanta agua. Todos dependemos de la cisterna y actividades normales como lavar o cocinar es demasiado duro”, dice Yesenia Yerena, habitante de la zona.
Ciudadanos suplantando al Estado
En el barrio Metropolitano y La Florencia es la misma crisis. En nuestro recorrido llegó una cisterna y comenzó la faena.
Cada quien sabe cuál es su lugar en la cola y comienzan a apilarse los recipientes, tobos o tanques de todos los tamaños.
Una mujer corpulenta toma por un extremo un trozo de manguera, lo conecta e improvisa una estación de bombeo para ayudar a subir el agua a la parte más alta del barrio.
Una función que debería cumplir el Estado y sus instituciones se resuelve por los mismos vecinos porque no hay tiempo que perder.
En esta zona son 17 viviendas que se las ingenian para rendir el líquido.
“Yo creo que sí abro la llave por ahí saldrá tierra y cucarachas” dijo al aire uno de los vecinos.
En este barrio no se ve el agua por tuberías desde hace 4 años.
La crisis se agudizó con la construcción de hoteles y otros locales en la vía hacia Mariches que desviaron el bombeo.
Los tanques azules en fachadas de estos hogares son parte del paisaje y hoy más que nunca significan la opción para quienes sufren una escasez que lejos está de solucionarse.
