martes, mayo 7, 2024

Vendedora de frutas y legumbres ha prestado apoyo a más de 50.000 venezolanos: LA LLAMAN MADRE CORAJE

Miyeilis Flores
Miyeilis Flores
Periodista digital

Es conocida como «Madre Coraje» por acoger en su casa a migrantes desde 2017

Vendedora de frutas y legumbres en un mercado en la ciudad colombiana de Ipiales, cercana a la frontera con Ecuador, Carmen Carcelén, comenzó a ayudar a los venezolanos en 2017, y tanto ha sido la solidaridad por humilde vivienda, han pasado miles de personas.

Es conocida como «Madre Coraje» por acoger en su casa a migrantes desde 2017, la ecuatoriana sigue ofreciendo cobijo a los desplazados que ya suman 50.000 venezolanos, los que ha ayudado.

La historia comenzó en 2017 cuando encontró a once migrantes caminando por la carretera y los llevó en su camión hasta su casa, en la población del Juncal, de unos 2.500 habitantes y afectada por la pobreza, reseña EFE.

Migrantes,  que buscaban mejores condiciones de vida y otros en su viaje de regreso a su país.

Lea También: ¿QUÉ ES LA LEY DE AJUSTE VENEZOLANO y cómo beneficia a los migrantes en EE.UU.?

Dos o tres días

Cuenta que la mayoría de sus «huéspedes» permanecía entre dos y tres días en su hogar, comían, se aseaban y seguían su recorrido, reseña EFE.

Sin embargo, otros llegaron a vivir con ella hasta tres años, mientras unos más rentaban habitaciones cercanas, pero acudían a su casa por comida.

«Pero al pasar los años, las personas ya venían con más prisa: se quedaban en la tarde, se bañaban, descansaban, merendaban y al otro día, después del desayuno, continuaban», contó Carcelén a EFE al recordar que «la mayoría en ese entonces (2019) iba a Perú».

Cuidar de otros no es nuevo para esta mujer que, a los 10 años, se vio en la calle porque su padre alcohólico la echó de casa.

Toda una madre

Esta mujer, de 53 años, es madre biológica de seis hijos. Se hizo cargo de dos sobrinos en el Juncal, donde tiene una casa de cuatro habitaciones, cocina, sala, comedor, terraza y un patio, que se convirtió en un verdadero refugio para los migrantes.

Comenta que durante la pandemia de la covid-19, los migrantes se vieron afectados «porque prácticamente eran los leprosos de nuestro país, porque la gente les perseguían, les maltrataban y no les dejaban quedarse en los pueblos».

Relató que «ellos se escondían debajo del puente, se iban al río. Ese fue un tiempo muy duro porque no me permitían que estuvieran en mi casa, así que lo que hacíamos era cocinar, irles a buscar por el puente, el río, el monte, en el camino y darles comida».

La ayudaron otros venezolanos

Para esta noble labor, está mujer contó con el apoyo de otros venezolanos y recibió donaciones de ecuatorianos, como los de la comunidad «Montaña de Luz», un cercano Hogar de Ecoespiritualidad, en la provincia de Imbabura (norte), que les donó dinero así como hortalizas, legumbres y frutas de sus huertas orgánicas.

Recuerda que muchas organizaciones le pidieron cerrar las puertas de su casa para evitar contagios.

Esto no fue impedimento para seguir ayudando. «Fui una persona desobediente: sí utilicé mascarillas, cloro, amoníaco, desinfectantes, pero nunca dejé de abrazar, de estar con esos niños, nunca dejé de buscarles por la comida, dándoles ropita y eso. Sí, me lancé como al vacío (…) pero siempre dije que si me muero, me moría haciendo cosas bonitas».

Venezolanos perseguidos

Recordó que en un momento hubo persecución a los venezolanos en el pueblo, pero luego pudieron albergar en la Iglesia a 27 personas, 13 de ellos niños, y una mujer embarazada, a quien se le adelantó el parto mientras viajaba con una niña de un año y cuatro meses. La pequeña vivió con Carcelén los tres meses en que la madre y el bebé estuvieron bajo cuidado médico en una casa de salud.

Recuerda que los migrantes venezolanos fueron víctimas colaterales de unas protestas sociales que duraron once días en octubre de 2019, pues no podían circular ya que los manifestantes cerraron las vías.

Una de las anécdotas que tiene presente es la de dos ancianos venezolanos que llegaron con lo puesto tras ser abandonados en Cúcuta (Colombia) por los «asesores» a los que habían pagado para que los trasladaran a Quito, donde estaban sus hijos.

«Ellos venían caminando con un grupo de jóvenes. Llegaron hasta el puente del Juncal y un niño de ocho años les llevó de la mano» hasta la casa de Carcelén, donde se quedaron 15 días.

Ahora cuenta por miles a sus «hijos», que le mandan mensajes desde Perú, Chile, EE.UU., Canadá, Quito: «Tengo una gran familia».

«Mami», «madre», «abuelita», le llaman los migrantes por su labor desinteresada, que ha quedado plasmada en el documental «Carmela y los caminantes», que ya ha ganado premios en Chile, México y Ámsterdam, con el relato de una solidaridad sin límites.

Con información EFE

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Luis

En el nombre de Jesucristo, pido que ésta hermosa mujer, sea muy bendecida por Dios

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