De "MONROE" a "DONROE": Cómo Trump ha renovado el concepto de "América para los americanos" con su propia doctrina
Con menos de un año en el Gobierno, Donald Trump regresó para aplicar sus propios métodos de gobierno, tomando un poco de viejas políticas que durante décadas se han aplicado en EE. UU., pero también con actuaciones con sello particular, las cuales son analizadas por el diario El Mundo y demuestran cómo el mandatario estadounidense aplica una nueva doctrina.
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Cómo avanza
Sin un aparato filosófico e intelectual muy sofisticado, sin un gran equipo (más allá de Marco Rubio) detrás, con décadas de experiencia en política exterior y una visión unificada, como ocurrió con el recientemente fallecido Dick Cheney y los que definieron el rumbo de Estados Unidos en la Presidencia de George W. Bush.
Pero con un programa que avanza a velocidad récord y que hace camino al andar: aranceles a todos los vecinos continentales y amenazas de anexión, de Canadá a Groenlandia, pasando por el Canal de Panamá.
A esto hay que agregarle el cambio del nombre al Golfo de México, la designación de los cárteles, mexicanos o venezolanos, como organizaciones terroristas para autorizar ataques más allá de las fronteras, movilizando soldados e incluso tropas de asalto.
Y se suman las acusaciones constantes de vínculos con los narcos a los Gobiernos de Venezuela, Colombia o México para intimidar y justificar acciones y sanciones.
Pero, no contento con esto, está la presión a los jueces (Brasil) para interferir en la política nacional, el rescate con miles de millones de dólares (Argentina) o pagar millones a cambio de aceptar presos (El Salvador) para financiar a los aliados ideológicos.
Y, ni hablar de desplegar un portaaviones con 5.000 marineros, ocho buques, un submarino nuclear en el Caribe y un buen número de cazas y bombarderos. Y todo, bajo el paraguas de una idea más que un plan concreto: echar de la región a Rusia y China y limitar su exposición en todo el continente, en el patio trasero de Washington.
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El origen de la Doctrina Monroe
El 2 de diciembre de 1823, en un discurso que acabaría siendo uno de los más importantes para las relaciones internacionales del siglo XIX, el presidente James Monroe articuló ante el Congreso de Estados Unidos los ejes fundamentales de una nueva doctrina en política exterior, revolucionaria en todos los sentidos.
Monroe, repasando la situación del mundo y explicando cómo Washington había enviado ya embajadores a los principales vecinos de América Latina, recalcó que «en las guerras de las potencias europeas, en asuntos que les conciernen, jamás hemos participado, ni se ajusta a nuestra política hacerlo», y que «sólo cuando nuestros derechos son vulnerados o seriamente amenazados nos indignamos o nos preparamos para nuestra defensa». Pero advertía: «Con los acontecimientos en este hemisferio estamos, por necesidad, más directamente vinculados, por razones que resultan evidentes para todo observador ilustrado e imparcial».
No era una queja sin más. Estados Unidos, en su primer aviso de calado al mundo, apenas unas décadas después de lograr la independencia, anunció que «en aras de la franqueza y de las relaciones amistosas que existen entre los Estados Unidos y dichas potencias, debemos declarar que consideramos cualquier intento de su parte por extender su sistema a cualquier porción de este hemisferio como una amenaza para nuestra paz y seguridad (…) no podríamos considerar ninguna intervención de ninguna potencia europea con el propósito de oprimirlos o controlar de cualquier otra manera su destino, sino como la manifestación de una actitud hostil hacia los Estados Unidos».
La Doctrina Monroe, sintetizada como «América para los americanos», ha marcado las relaciones desde entonces, especialmente desde 1898 en adelante.
En 1904, el «corolario» del presidente Theodore Roosevelt afirmaba que Estados Unidos tenía derecho a «vigilar» el hemisferio en respuesta a «casos flagrantes de […] mala conducta o impotencia» y por la «responsabilidad de preservar el orden y proteger vidas y bienes».
Por eso, todo lo que está al sur de la frontera con México fue durante el siglo XX «el patio trasero».
La Casa Blanca no dudó en usar la fuerza, directa e indirectamente, para apoyar o tumbar gobiernos, cuando no intervenir abiertamente, con derrocamientos, invasiones o sanciones.
La época de la United Fruit Company, las conspiraciones y quizás los golpes de Estado, de «nuestros hijos de puta», como hablaban en la Casa Blanca de Noriega, parece estar de vuelta.
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Monroe 2.0 o “DONROE”
Algunos la llaman Monroe 2.0. Otros, en Washington, hablan de Donroe, una mezcla entre Donald y Monroe.
Los tres conceptos principales de la primera -esferas de influencia, no colonización y no intervención- fueron diseñados para definir «una clara ruptura entre el Nuevo Mundo y el reino autocrático de Europa».
Los de la Donroe están todavía por escribirse, pero parten de una sensación y una visión: la de que las principales amenazas para Estados Unidos no se encuentran en regiones lejanas ni provienen de potencias extranjeras, sino que están en casa, en forma de drogas, inmigración y una «izquierda lunática».
Y su «deber moral», parafraseando lo que inspiraba a Monroe y Roosevelt, es combatirlas por todos los medios.
En este caso, cerrar fronteras, movilizar tropas o aranceles a todos «por el privilegio de comerciar con Estados Unidos».
También, apoyo diplomático a los peones pequeños pero necesarios (Guayana, Trinidad y Tobago); presión a los tibios, como Panamá, para que saliera abruptamente de la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China.
Acuerdos económicos con los aliados y fuerza bruta contra los enemigos, en nombre de algo más que la seguridad nacional.
Matando a decenas y decenas de personas en ataques con drones, presuntamente en aguas internacionales, reescribiendo sobre la marcha el orden jurídico y las reglas de combate.
Con información de El Mundo

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