martes, noviembre 12, 2024

INMENSO Botero

Roberto Trobajo
Roberto Trobajo
@Roberto_Trobajo

Partió físicamente uno de los más grandes colombianos, sus obras memorables y la sensibilidad humana que le caracterizó lo hacen inolvidable

A los 91 años de edad, y sin parar de crear, dejó de existir -físicamente- el colombiano más admirado en el mundo. El maestro Fernando Botero deja una huella imborrable.

Cuatro meses después de la partida de su esposa Sophia Vari, artista griega con la que estaba casado desde 1978, el gran pintor y escultor decayó mucho tras la muerte de su amada compañera de vida.

Botero y Vari compartían el amor por la pintura y la escultura. Ella también se destacaba por sus obras como collagista y joyera.

En las más de cuatro década de matrimonio, Fernando y Sophia desayunaban, almorzaban y comían juntos.

“Siempre me asombro de todo lo que hablan: cada salida es como si fuera una cita”, dijo su hijo Juan Carlos Botero Zea, declarando para la revista Bocas.

El deceso de su esposa afectó muchísimo a Botero, según contó su hija Lina. Los problemas de salud que él ya sufría se acentuaron: padecía Parkinson desde hacía algunos años y en las últimas semanas desarrolló una pulmonía…que se lo llevó.

“Se fue en paz, murió tranquilamente. Estábamos agarrados de la mano y dio su último suspiro”, confesó su única hija.

Nunca pintó gordos

Juan Carlos Botero Zea, hijo muy allegado al Maestro Botero, y gran conocedor de su obra pictórica, siempre fue enfático al decir que Fernando Botero jamás pintó gordos ni gordas, sus figuras son puro volumen.

Según Juan Carlos, el estilo de su padre siempre fue enfocado al volumen, mientras que la gordura “afea” las cosas, el volumen “magnifica la belleza y brinda sensualidad y grandeza de las cosas”.

“Ninguna pintura o escultura es gorda, es voluminosa y una de las ventajas de este artista fue mostrar las sutilidades diferencias entre las grandezas y las pequeñeces”

“Las facciones simples de las pinturas como los ojos, la boca y nariz, con un tamaño pequeño, hace que la silueta y volumen de las mujeres u hombres sea exaltada de una forma más sensual”

“Es tan notable la diferente, que muchas de las mujeres tienen la cintura delineada y el abdomen de los hombres están marcados también. Las diferencias se ven a simple vista, pero muchas personas se equivocan”, afirma Juan Carlos Botero.

Muy Humano

En mayo del 2004, mientras viajaba en un avión, el maestro abrió la revista The New Yorker y leyó el artículo de Seymour Hersh acerca de las torturas cometidas por guardias gringos a sus prisioneros iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib.

Furioso, Botero sacó un cuaderno y sus lápices de dibujo, y ahí mismo empezó a trazar los primeros bocetos de lo que, al cabo de 14 meses de trabajo obsesivo, terminaría siendo la serie más valiente y controvertida de su carrera.

La rabia de Botero era entendible: no se trataba de un grupo aislado de guardias perversos cometiendo fechorías sin el conocimiento de sus jefes superiores, sino de algo más grave y complejo todavía.

La nación que se ufanaba de ser la protectora de los derechos humanos había orquestado un sistema de abusos desde las más altas esferas del poder, y aunque las tropas habían invadido el país con el pretexto de derrocar la tiranía de Sadam Huseín y hallar sus supuestas armas nucleares, éstas habían terminado torturando al mismo pueblo iraquí y en la misma prisión en donde Huseín le había quebrado el espíritu a sus propios compatriotas.

Botero sintió que no se podía quedar callado y por eso pintó esta serie, porque el arte, en sus momentos de mayor grandeza y lucidez moral, representa una acusación permanente, el único medio que tienen los creadores a su alcance para avivar las brasas de una idea que no se debe apagar nunca: que no podemos aceptar lo inaceptable, y cualquier pueblo o nación, si pierde la brújula de su honra y ética, puede sucumbir en la barbarie.

Los cuadros son tremendos. En la mayoría los presos tienen los ojos vendados y las manos amarradas con sogas que han abierto la carne de las muñecas. La sangre abunda, así como los mastines que ladran y muerden, y también los rostros adoloridos y la posición intolerable del cuerpo sufriente, aplastado por la bota militar o azotado por el bolillo manchado de rojo.

Hay otro aspecto de estas pinturas que sobresale: la mano que ingresa de soslayo, luciendo un guante de látex como el de los enfermeros, de tono azul o verdoso.

El detalle capta una dolorosa ironía: éstas son las prendas que los médicos usan para sanar y curar, no para herir y atormentar. Pero además el guante pone de relieve un hecho que afrenta aún más: la voluntad de quien golpea y propina patadas, y su asco de entrar en contacto con la persona que está torturando hasta la muerte. Este gesto es elocuente porque se resume en esto: yo puedo martirizar sin piedad, pero no acepto que esta piltrafa tendida a mis pies, con el rostro aterrado que grita, me toque. Ese guante es uno de los detalles que mayor indignación genera de esta serie.

Así contó Juan Carlos Botero Zea, en la columna Abu Ghraib-La Rabia de Botero.

Por cierto, ninguna de estas obras jamás se vendió, porque para el artista es inadmisible lucrarse del sufrimiento ajeno. Por eso Botero donó más de 60 cuadros a la Universidad de California en Berkeley, y el resto a la American University en Washington.

El maestro experimentó una suerte de catarsis al realizar esta serie, como un proceso de purificación a través del arte.

Pero su denuncia quedó pintada en sus obras. Y quedó para siempre.

Fernando Botero, el GRAN COLOMBIANO, estará en un cementerio de Piertrasanta, Italia, donde descansa su esposa Sophia Vari…el gran amor de su vida.

El legado del maestro Fernando Botero quedará para la historia del arte colombiano y mundial, pues este inmenso hombre es patrimonio de la humanidad.

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