El analista político Philippe Boland, cataloga al progresismo petrista como un impulso al progreso en la sociedad colombiana
Todo triunfo electoral, en elecciones democráticas, es histórico. Pero en un país como Colombia, donde la izquierda ha estado muy lejos de llegar al poder, el triunfo de Gustavo Petro es una señal de los cambios que se viven en América Latina.
Lecturas hechas a la realidad colombiana, desde los extremismos de derecha o izquierda, se han propuesto inscribir a Petro en las corrientes más autoritarias de la región, que son las que promueven los gobiernos de Venezuela, Nicaragua y Cuba.
Sin embargo, cuando se lee el programa de gobierno de Gustavo Petro, pareciera mostrar más divergencias que coincidencias con el chavismo: suscripción del marco constitucional previo -el de la muy avanzada Constitución de 1991-, crítica del extractivismo, transición energética y soberanía alimentaria, reivindicación de los nuevos derechos comunitarios, y rechazo al reeleccionismo presidencial.
Con la llegada de Petro al poder en Colombia hay muchas expectativas. Hay analistas geopolíticos, como el prestigioso francés Philippe Boland, quien cataloga al progresismo petrista como un impulso al progreso en la sociedad colombiana:
A Petro sus críticos lo vinculan al castrismo y el chavismo, argumentandose su pasado guerrillero del político; rasgo que comparte con otros líderes de la izquierda democrática latinoamericana, como José Mujica, Dilma Rousseff o Michelle Bachelet.
Sin embargo, lo que se observa en la práctica, en México o en Chile, y quizás también en Colombia, es que esas izquierdas democráticas encabezan programas de gobierno muy distintos a los de los del bloque bolivariano, que son diferentes entre sí.
Al nivel de las políticas públicas concretas, en el orden internacional o el interno, ninguno de los gobiernos del nuevo progresismo ha seguido las pautas del castrismo y el chavismo.
De hecho, estas izquierdas en el poder apuestan resueltamente al marco interamericano, como se vio en la Cumbre de las Américas acontecida en Los Ángeles; o avanzan a un esquema de integración con Estados Unidos, como el que propone López Obrador en México.
La realidad parecería estar mostrando que ante el avance de un nuevo progresismo, claramente postcastrista y poschavista, el bloque bolivariano ha debido recurrir a una simulación discursiva y diplomática, cada vez más sofisticada.
