lunes, mayo 6, 2024

BODEGONES, CASINOS y tiendas de lujo: la burbuja creada en Caracas que oculta la crisis venezolana

Caracas se convirtió en una verdadera “vitrina de lujo” para mostrar una supuesta recuperación económica de Venezuela, cuando la realidad es que a los bodegones y casinos solo pueden entrar unos cuantos

“Venezuela se arregló”. Aunque suene a burla, es la frase “de moda” en Caracas. Y no solo alrededor del poder de los chavistas. También la hicieron suya colaboradores de la falsa oposición e influencers teledirigidos.

Se ven por redes sociales y no falta quien haga un tour para tomarse “la selfie” de rigor, como ocurrió en diciembre, en las calles de Las Mercedes. En esos días, las avenidas iluminadas a más no poder, eran el atractivo. Así como lo fue el debut y despedida del café del Starbucks “fake” que terminó saliendo del país.

La burbuja caraqueña se levanta en el este de la capital para gozo y disfrute de jerarcas chavistas, llamados boliburgueses. Además de militares de alto rango, empresarios afines y beneficiados de la dolarización, destaca un trabajo del diario La Nación, de Argentina.

Son los “enchufados” de Nicolás Maduro, protagonistas de la Disneylandia revolucionaria en Caracas. Cuentan con Ferraris, autos de alta gama, casinos “socialistas”, restaurantes de lujo y los famosos bodegones.

Es más, tienen hasta sus marcas favoritas de ropa y su paraíso casi exclusivo a poco más de 100 kilómetros en avioneta: Los Roques.

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Lo de moda

Anónimo es el restaurante de moda a precios prohibitivos donde los jerarcas de la administración de Nicolás Maduro disfrutan de reservados invisibles.

MoDo es la gran novedad del momento, colores y ambientes para elegir. La heladería Versailles encandila a los caraqueños poderosos, así como los bodegones del Hotel Eurobuilding, como Actual, más protegidos de las miradas.

Otro bodegón, el 212, impresiona por su tamaño. El Marriot, que acogía a los nuevos ricos, vivió mejores tiempos, pero no se cae de la agenda de los enchufados de Maduro.

La última gran novedad, de impacto nacional además de los Ferraris en Caracas, son los casinos, como el de Las Mercedes o el del Centro Comercial Tamanaco. Tienen cientos de máquinas tragamonedas haciendo las delicias de los que sí tienen buenos fajos de dólares, la inmensa minoría del país.

Y por encima de todos, elevado sobre las alturas, permanece el imponente hotel Humboldt y el primer casino socialista de América Latina, como lo bautizó el propio Maduro.

Vigila desde el cielo, en la cima del majestuoso Ávila, el pico de la cordillera que separa a la capital de la costa de La Guaira.

El hotel es hoy el sitio favorito de los más adinerados de la revolución para celebrar sus fiestas y para gastar su dinero. Tan extravagante que en plena pandemia servían cócteles como si fuera el goteo salino de un hospital.

Psycho Bunny, la marca de la calavera con orejas rosas de conejo en Caracas, hace furor tanto como los Ferraris.

«¡Qué bella, me fascina!», comenta una joven tras comprar una franela para su chico, que la llevará al paraíso exclusivo de Los Roques.

El novio, top secret, es asistente de un poderoso ministro. Los precios exagerados ya no permiten a los mortales el viaje al atolón caribeño. Este es el favorito de los hijos de los poderosos y de las modelos acompañantes de los contratistas, a 500 dólares la hora.

Un set de cine

La burbuja de Caracas es lo más parecido a un inmenso set de cine, en el que un Corvette ruge a tu lado a pocos metros de un derrame de aguas sucias y donde Ferraris último modelo presiden un concesionario a precios que supondrían 15.000 años de salario mínimo para un venezolano.

Mustangs, Audis de alta gama y Lamborghinis –eso sí, a cuentagotas, porque el asfalto caraqueño tampoco está para grandes fiestas–.

Por eso frente a los deportivos se imponen las camionetas gigantes que parecen tractores de última generación, desde las Toyotas Land Cruiser, Fortuner y Hilux a los Hummers norteamericanos.

Los casinos socialistas, otrora prohibidos por ser «lugares de perdición», iluminan una de las noches más oscuras de la región mientras los bodegones se multiplican para vender miles y miles de productos importados gracias a la supresión de los aranceles desde Estados Unidos, España o Turquía.

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Es un espejismo

Aunque parezca mentira, el mismo país que hace cinco años sufría una escasez tan aguda que forzó la huida de casi siete millones de personas, la mayor diáspora del planeta.

“Es una ficción, lo que hace el sistema es relacionar el auge de los bodegones con una cierta mejoría en términos económicos. Lo que nosotros vemos es que la tal mejoría es mentira, no existe. El impacto económico de los bodegones sobre la economía real es mínimo, por eso es un espejismo. Es una pantalla para mostrar una realidad que nada tiene que ver con la economía de la gente”, desentraña Mirla Pérez, coordinadora del Centro de Investigaciones Populares.

“El ingreso promedio en los barrios de Caracas es más o menos 50 dólares, cuando mucho. El grueso de la población vive de los bonos (el último roza los cuatro dólares), de la pensión y salario mínimo (dos dólares) y de la caja CLAP (comida subvencionada)”, concluye Pérez.

¿Cuál es la arquitectura económica que sostiene la Venezuela de los bodegones? “Hay gente que acumuló mucha plata hasta 2017, cuando se pagó la deuda externa. Millonarios en dólares gracias al control de cambios, sobrefacturando importaciones, que ahora no pueden invertirlo en el exterior y lo hacen en Venezuela. Hay otra gente que está exportando y recibiendo dólares, que los invierte en el país. Tercero está la clase militar y vinculados al régimen, beneficiados de contratos. Y lo cuarto es el lavado de dinero”, responde el economista José Guerra.

Los caraqueños miran a su burbuja como si se tratara de una gigantesca lavadora, surtida por sancionados en el exterior y por quienes temen sufrir persecución de Estados Unidos y de Europa.

“Sabemos que hay dinero del narcotráfico, de la venta de divisas, del contrabando de oro, de la trata de blancas. Ese dinero circula y se limpia a través de la compra de inmuebles, carros, bienes y montando negocios que son una fachada”, confirman fuentes económicas bajo anonimato.

Una neorrealidad impuesta a la fuerza. Y el que no esté convencido con el espejismo, que se prepare. “No voy a permitir que nadie hable mal de Venezuela, hay que hablar bien de nuestro país”, amenazó Maduro en una de sus últimas homilías televisivas.

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