Este hábito diario puede hacerte prevenir un gran problema, acostúmbralo
Un estudio con 35.000 participantes evidenció que una costumbre muy arraigada en España y otros países puede servir para evitar el encogimiento cerebral. Las siestas cortas —conocidas en inglés como power naps— pueden ayudar a retrasar el encogimiento cerebral.
Esto lo revela una investigación que se publicó en la revista Sleep Health.
“Hemos encontrado una asociación entre la siesta diurna habitual y un mayor volumen cerebral, lo que podría sugerir que dormir la siesta con regularidad proporciona cierta protección contra las patologías neurodegenerativas al compensar la falta de sueño”, señalan los autores.
“Puede ser que una siesta corta durante el día ayudara a preservar el volumen cerebral, lo cual es algo positivo potencialmente para la prevención de la demencia”, aseguró la doctora Victoria Garfield de la University College de Londres (UCL) y coautora del estudio. Los investigadores de la UCL y de la Universidad de la República de Uruguay se han basado en los datos del estudio UK Biobank, que recopiló a más de 500.000 participantes de entre 40 y 69 años que vivían en el Reino Unido entre 2006 y 2010, para comprobar si una combinación de variantes genéticas que anteriormente se habían asociado con la siesta también guardaba relación con el volumen cerebral, recoge el medio El Español.
Es que el crecimiento cerebral es importante puesto que un encogimiento del hipocampo, una parte del cerebro que se asocia con la memoria, puede dar lugar a un deterioro cognitivo leve. De hecho, el encogimiento cerebral es más rápido en las personas con enfermedades neurodegenerativas. Y no solo eso, pues también es un proceso que suele darse con la edad, siempre y cuando no nos echemos una siesta de no más de 20 minutos.
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Prevenir la demencia
“La relación entre la siesta y el volumen del cerebro no está bien caracterizada, aunque casi un tercio de los adultos mayores duermen la siesta”, destacan los autores. Sin embargo, los resultados de su estudio demuestran que no se practica con demasiada frecuencia: “solo“ el 5% de los participantes reconoció que dormía la siesta de manera habitual, frente al 57% que aseguró que “nunca” o “rara vez” descansaba a lo largo del día.
En un principio, los autores creyeron que quienes dormían de manera habitual una siesta tenían un mayor riesgo de salud si no se tenían en cuenta otras características como la edad, el tabaquismo, la diabetes o las enfermedades cardiovasculares. Sin embargo, cuando se tuvo en cuenta la predisposición genética a la siesta, descubrieron que sucedía justo lo contrario: las personas que dormían la siesta con cierta regularidad tenían cerebros que eran más jóvenes, si se toma el volumen cerebral como una forma de medir la edad.
Los investigadores encontraron una relación entre la predisposición genética a la siesta y un mayor volumen cerebral, equivalente a los que tenían entre 2,6 y 6,5 años menos. Ahora bien, no se encontraron diferencias en otros tres factores: el volumen del hipocampo (que es fundamental para la formación de la memoria), el tiempo de reacción y el procesamiento visual.
Sin embargo, el estudio se basa únicamente en datos de británicos blancos, y la duración exacta de las siestas asociadas a los beneficios no está clara, observa el medio.